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lunes, 11 de abril de 2016

Lo natural es lo que nos une, nuestra arma más poderosa.

En las charlas que voy realizando sacamos muchos temas en claro sobre lo importante que es empatizar más con nuestros hijos y saber profundizar en cada situación con nuestro bebé o niño/a. En este post os dejo una recopilación de lo que más se comenta y reflexionamos.


Si empezamos por la primera etapa donde ya deberíamos practicar la empatía con nuestro bebé es en el embarazo. Se sabe gracias a muchos estudios que los bebés estando en nuestro útero ya sienten lo que nosotras sentimos, huelen lo mismo, oyen todos los sonidos de fuera, compartimos digestión, temperatura corporal... Somo dos en uno. E incluso se ha demostrado que empiezan a formar su propia personalidad dependientemente de lo que nosotras y PAPÁ le transmitamos, porque el papel paternal también es fundamental en todo este proceso.

¿Cómo empatizar en esta situación? Siendo ambos conscientes de que la armonía y la relajación tiene que formar parte de nuestra vida ahora sabiendo que mamá y bebé tienen una conexión y un vínculo fuerte y especial. Rodearnos de personas agradables que nos informen y nos infundan confianza en nuestro cuerpo y en el poder de la naturaleza que tan sabia es, será primordial. Que papá nos cuide, nos mime, que hable con su bebé a través de la barriguita de mamá y que nos facilite todo el proceso siendo el apoyo moral y físico que necesitamos. Ambos cerciorándonos una vez más de que queremos, pensamos y creemos en la misma filosofía de vida a la hora de criar a nuestros hijos en todas sus etapas. Y por último, hacer oídos sordos a los malos consejos carentes de fundamento -opinólogos- y confiar en vuestro instinto como padres, dejando guiaros por el amor y el respeto para esta nueva vida que traereis al mundo juntos.


La siguiente etapa sería el parto. Tanto si es un parto hospitalario como si es un parto en casa, hemos de estar seguros de que nos atenderán con respeto durante todo el proceso, siendo lo más natural posible para que el bebé se siga sintiendo seguro y a salvo una vez fuera de su burbuja protectora que ha estado velando por él durante nueve meses.

Empatizaremos con el bebé cuando nos pongamos en su piel, recordemos de donde venimos y sepamos que aunque estemos en un futuro con muchos avances tecnológicos, nuestro organismo y nuestro ser es mucho más profundo, sabio y natural en este estado tan mamífero. Nos guste o no, lo natural es lo que nos une, siendo en sí misma nuestra arma más poderosa. Realicemos el piel con piel en cuanto nazca, evitemos visitas un mínimo de 24 horas para que mamá y bebé puedan fomentar su vínculo y lograr una lactancia exitosa. Evitemos también cualquier material plástico y dejemos aflorar el instinto de supervivencia de nuestro bebé para que se agarre a nuestro pecho y se alimente por primera vez al mismo tiempo en que vuelve a sentirse unido y a salvo con mamá. La llegada al mundo es verdaderamente importante como para realizar este proceso de manera mecanizada.


La siguiente etapa sería el sueño. Con este tema no quiero alargarme mucho porque es simple de entender. Los bebés humanos no estamos estipulados ni diseñados para dormir durante tiempos prolongados por lo que los microdespertares que tenemos tanto bebés, niños, como adultos, a ellos les afectará más. Necesitan saber que estamos ahí, necesitan cerciorarse de que siguen a salvo. Es el instinto de supervivencia que de nuevo lucha por seguir vivo. De entre todos los mamíferos, también somos los únicos que necesitamos un contacto cercano constante así que empatizemos con ellos y no les alejemos de nosotros. Durmamos en la misma cama o con una cuna incorporada a la nuestra, ellos nos olerán, nos sentirán, al alargar el brazo nos podrán tocar y se sentirán a salvo, se alimentaran sin tenernos que levantar y por consiguiente, dormiremos más y mejor mientras creamos un vínculo familiar totalmente afectivo, sin soledad, ni llantos, ni desesperación.

Y la última etapa sería el crecimiento de nuestros hijos, de bebés a niños. Seamos pacientes, respetemos el ritmo de aprendizaje de cada uno. Ni siquiera nosotros siendo adultos lo sabemos todo ni aprendemos del mismo modo, así que no les exijamos a ellos. Dejemos aflorar el proceso de maduración a su propio ritmo. Seamos los acompañantes de este maravilloso proceso, los meros espectadores de sus logros, y cuando lleguen las rabietas, que seguramente llegarán, pongámonos en su piel y recordemos cuando nosotros estamos frustrados, tristes, cansados... En esos momentos nos gusta sentirnos comprendidos, necesitamos ser atendidos con amor, delicadeza y ánimo. Si nosotros siendo adultos tenemos esos sentimientos y esas necesidades para sanarnos, ¿cómo pretendemos que ellos lleguen a esa conclusión solos? Ni siquiera saben nombrar lo que sienten y para eso estamos nosotros. Ponernos a su altura, hablarles con voz suave, preguntarles que les ocurre e incluso nombrar lo que sienten, es lo que necesitan. Si nos lo permiten, les abrazamos, pero si no es el caso, respetemos ese espacio pero sin marcharnos de su lado. Seamos su referente y enseñemos que están en todo su derecho de tener su rabieta, como todos, y que siempre puede existir una solución pero si no la tiene, pueden tener su crisis acompañados.


Si nos sentimos queridos y comprendidos, será más fácil empatizar con los demás.

Sara Ribot.
Escritora, bloguera y mamá.

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